Un calambre grita
desde el mismo punto
en el mismo cuerpo.
Duele igual.
Los giros, los amagos,
los silencios apoyados en la espalda.
Respirar una caricia.
Duele igual.
Pasear por la piel expuesta
y presionar, sin fruncir el ceño,
con los labios apretados en las paradas
que se suceden entre las vértebras.
Imaginar el abrir de puertas de la carne
el ir y venir del flujo de viajeros...
fibra, músculo, hueso.
Se empujan, se traban, se acoplan.
Aflojar los dientes relajando el ceño.
Y ponerse de nuevo en marcha
lubricando el engranaje.
Silencio.
Un calambre grita desde el mismo punto en el mismo cuerpo.
Duele igual.
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