Nada como perder la esperanza
para que el espacio se reconstruya solo
en el hueco que se crea
justo cuando dejas de apretar.
Hoy no ha llovido, y echo de menos la excusa de sus gotas, para camuflar mi tristeza. Solo calma la angustia muda un cigarrillo tras otro. La mece, con su nana de alquitrán. Y mientras aspiro humo, no husmeo en mi letargo, y mientras lo expulso, excarcelo mis abismos. Sin lluvia, con mi nana, anestesio los momentos.
Nada como perder la esperanza
para que el espacio se reconstruya solo
en el hueco que se crea
justo cuando dejas de apretar.
Todos buscan los focos.
Los que les tiran piedras en público,
en la noche solitaria los anhelan.
Los que los critican,
destellean bajo ellos
sobre alfombras rojas y photocalles,
en fiestas privadas y apps.
Mil fotos felices con la sonrisa perfecta.
El sistema que critican les engulle.
La transparencia, escasea.
Los aliados, atacan,
las hermanas, excluyen.
los honorables, apestan,
la sinceridad, aterra.
Todos buscan los focos.
Una respuesta precisa,
una exclamación perfecta,
desfile de onomatopeyas en muros,
emojis, me gusta,...mi reina...
las frases vacías desbordando
la rapidez de respuesta.
Y silencio unos instantes,
hasta una publicación nueva,
para coger aire y seguir
hacia la próxima incongruencia.
El feminismo rompió la tubería
que acumulaba el hediondo desperdicio,
emparedado desde hace siglos
entre silencio y vergüenza.
Y gota a gota, año tras año,
veo desfilar ante mis ojos
mujeres de todos los colores,
apagadas.
Medicadas, doloridas,
angustiadas, malheridas,
con la espalda deformada
de cargar con el sistema.
No hay pastilla efectiva
para los efectos secundarios
de estar casada
con quien produce los síntomas.
No hay consuelo para el llanto
tanto tiempo contenido,
por todo lo que enterraron sin saber
que el primer consentimiento dado,
fue su primera sentencia.
Ningún sí es absoluto.
Ninguno, irrevocable.
Pero la libertad sana
con efecto retroactivo.
Tengo ásperos los nudillos
de llamar a tapias tan sordas
como mudos mundos,
sordos los gritos que gargantas silencian
y cien mil gemidos.
Ojos secos y lágrimas de silicona,
en escaparates de moda sobre la salud mental.
Se pudre en el desván la ruina
mientras brilla la purpurina en todas las
portadas, los portales y los muros.
Muros como tapias cuando llaman
los nudillos de los que de verdad se abrasan.
Al otro lado de la pantalla.
Mudos.
Hace tiempo que no sangro versos
que no vomito rabia,
que no lloro ausencias.
Hace tiempo que camino de la mano
de cierta indiferencia,
esquivando meteoritos que
salpican de polvo cada impacto de mierda
ensuciando los ropajes que se quedaron
adheridos hace ya demasiado,
y no he sabido despegar.
Es que NO HE SABIDO DESPEGAR.
Y por eso cada vez, repto más bajo.
Parte la tierra que pare raíces,
madre,
partiéndome en dos a mi también.
Con tacto de invierno,
mecida en toquilla de esparto,
congela posibilidades en el momento exacto
en el que mudan a puedes...
para dejar de estar desde el kilómetro cero,
para dejar de ser.
Hoy sonrie diferente. Ya lo sabe.
No más incertidumbre, dolor, espera ni decisiones. Basta saber que nada más. Ni una obligación, ni un recuerdo, ni más deseos frustrados. Ni una gota más de soledad muda atrapada en sus absurdos poros.
Liberador saber que no habrá futuro, que no se perderán más días porque están perdidos de antemano. No más peregrinaje por el escepticismo o el reproche, ni por la pegajosa condescendencia.
No mas esfuerzos en la normalidad de un día que ya duele desde antes de que empiece, como puñales y tasers alternados con sarcasmo. El día será tan negro como la noche, como siempre tuvo que haberlo sido. No se habría destrozado el cuerpo por el esfuerzo sostenido de intentar mantener viva, a contraviento, una luz tenue que nunca logró iluminar nada. Retirar las cansadas manos y dejar que se extinga la llama, para esparcir finalmente, satisfechos, las cenizas.