Volverías a pesar de que estaba tratando de alzar otra
vez el vuelo.
No dejarías estar la monotonía, densa y quieta en el
aire.
No dejarías marchar el estrago y la miseria, tan
convencida estabas de dominarlo todo, de que tu poder me podía... y te
equivocabas.
Quizás cegada por la sombra de tu propio ego no fuiste
capaz de escuchar los ladridos de lo correcto.
Yo te decía: dame los frutos que vayan madurando en tu huerta. Pero tu huerta son sólo pequeñas tumbas adosadas, dorados lugares de recreo donde pasar eternidades negras.
Hoy sé que la risa a veces se agota, que si las lágrimas
no ruedan abrasan, que si mis venas se abriesen chorrearían soledad.
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