El tiempo se ha detenido y me ha
hecho retroceder cuatro años.
El mismo calor, la misma incertidumbre,
la misma sensación de distancia.
Vuelves a aparecer en mis sueños,
y tengo de nuevo una llamada perdida suya
porque no fui capaz de descolgar el teléfono.
Otra vez quema. Sé que me estoy alejando
porque si dejo entrar su dolor
no encontrará la salida por mis laberintos.
Convivo a diario con el daño que hay fuera
pero trato de que no me toque.
Inhibidores de la bomba de protones,
inhibidores del dolor
y de la sensación de vacío
congelada entre los versos y las nanas.
Sabe a metal y a puertas cerradas,
tras las que colocar oteadores
que vigilen si se giran cerraduras
para salir corriendo en la dirección contraria.
Se han partido mis crampones para escalar
fortalezas de hielo seco
y se agotó la dinamita de la caja
con la que derribar muros altos.
También perdí por el camino, las ganas de encajar piezas en puzzles-mundos imposibles
y me debilité en mi cruzada cazavampiros
clavando estacas al aire.
Me aturdí con tanto ruido
de fallos de motores en los vuelos
y me agoté de buscar vida
entre los restos de naufragios.
Las líneas de expresión de mi silencio
son arrugas de ciudades amapola
son las marcas que dejaron los colmillos,
en los ojos que hoy desvían la mirada.