No sé si saltar desde mis últimos miedos
o desde mis primeros abrazos.
Dejarme caer en silencio
por el lagrimal de la poesía
resbalando hasta el nicho de su ombligo,
sepultada sin honores ni epitafios.
Que de madrugada se barran
las migas de todos los poemas
que nacen y mueren en las barras de bares
a los que ya nunca iré.
Que con ellas también se esparzan
las cenizas de lo que pude haber sido,
de habernos cruzado en otros avernos
las ganas robadas, la imprudencia insolente
y yo.
No quiero ser la que desaparece
un poco más en cada parpadeo
cuando la vida se me mete en el ojo.
Y sin embargo, lo hago,
entre la nieve del otro lado
del ruido blanco, aún prendida
finalizada la emisión,
aún perdida.
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