Estaba tan solo tan solo
que escribió socorro en una sábana
y la colgó en su ventana.
Se deshicieron la tela y la carne,
mientras esperaba.
Hoy no ha llovido, y echo de menos la excusa de sus gotas, para camuflar mi tristeza. Solo calma la angustia muda un cigarrillo tras otro. La mece, con su nana de alquitrán. Y mientras aspiro humo, no husmeo en mi letargo, y mientras lo expulso, excarcelo mis abismos. Sin lluvia, con mi nana, anestesio los momentos.
Estaba tan solo tan solo
que escribió socorro en una sábana
y la colgó en su ventana.
Se deshicieron la tela y la carne,
mientras esperaba.
Un calambre grita
desde el mismo punto
en el mismo cuerpo.
Duele igual.
Los giros, los amagos,
los silencios apoyados en la espalda.
Respirar una caricia.
Duele igual.
Pasear por la piel expuesta
y presionar, sin fruncir el ceño,
con los labios apretados en las paradas
que se suceden entre las vértebras.
Imaginar el abrir de puertas de la carne
el ir y venir del flujo de viajeros...
fibra, músculo, hueso.
Se empujan, se traban, se acoplan.
Aflojar los dientes relajando el ceño.
Y ponerse de nuevo en marcha
lubricando el engranaje.
Silencio.
Un calambre grita desde el mismo punto en el mismo cuerpo.
Duele igual.
El tiempo se me pega en la sonrisa
y tira de sus comisuras hacia abajo,
las ganas se perdieron con las prisas
dejando los sentidos, congelados.
Y en esta situación de punto muerto
descubriendo en la pared formas freudianas
con neuropático consumo de las horas
espero tras la puerta, tu llamada.
Puedo tejer excusas
y zurcir sonrisas,
doblar las ganas con esquinas perfectas,
con las que autolesionarme.
Tropezar en el pasillo que me lleva
del hastío a la indiferencia
y yacer imperfecta
entre el fuselaje estrellado.
Dejar que la vida siga siendo
eso que dicen que pasa,
mientras veo mi cometa caer
en cada amago de vuelo.
Y remendarla.
Seguir cosiendo sin patrones,
porque si enhebro mis principios,
habré llegado a mis finales.
Las texturas cambian
según la dosis de realidad
aplicada.
Sin dosificar, desgarra.
Y no se cosen los jirones
con las sonrisas estúpidas
que viven al otro lado de mi epidermis.
Hoy no sangran las estrellas
por la vereda del universo,
ni se desbordan los acuarios
o los océanos cuando te marchas.
Pero amanece vacío.
Húmedo, pegajoso,
plomizo.
Vencido,
bajo el peso muerto de los silencios
cuando se impregna el pesar
en la almohada del alba.