En las orillas del tiempo,
me detengo
y observo el galeón de los años,
hundido.
La inmensidad y la insignificancia.
El lamento intempestivo.
Lo que no fue,
y lo que pudo haber sido.
El tesoro bajo las oscuras aguas,
perdido.
Hoy no ha llovido, y echo de menos la excusa de sus gotas, para camuflar mi tristeza. Solo calma la angustia muda un cigarrillo tras otro. La mece, con su nana de alquitrán. Y mientras aspiro humo, no husmeo en mi letargo, y mientras lo expulso, excarcelo mis abismos. Sin lluvia, con mi nana, anestesio los momentos.
En las orillas del tiempo,
me detengo
y observo el galeón de los años,
hundido.
La inmensidad y la insignificancia.
El lamento intempestivo.
Lo que no fue,
y lo que pudo haber sido.
El tesoro bajo las oscuras aguas,
perdido.
Es temprano y el pavimento ya huele a sudor, a hastío y a prisa. La muchedumbre se desliza sobre él como un enjambre ruidoso que arrasa a su paso la calma. Alguien frágil no puede seguir el ritmo y se cae, y el estruendo del impacto se abre paso por encima del zumbido. Y ocurre.
Alguien se aparta rápido para que no le salpique la sangre. Alguien pasa por encima con gesto incómodo. Alguien de reojo afloja el ritmo sin detenerse. Alguien le incorpora bruscamente sin preguntar y se aleja apresurado. Alguien se sitúa a su altura para encontrar su mirada, y es entonces, sólo entonces, cuando la masa durante unos instantes, adopta forma humana que rápido se desvanece mientras critican a los que no lo hicieron, a los que tienen prisa, a los que no miraron...y se felicitan y agasajan entre ellos. En el suelo, sigue sangrando, pero está muy abajo. Ya no le ven. Nadie se fija en sus piernas cargadas de cicatrices, ni en la roída y resbaladiza suela de sus hambrientos zapatos. Destinado a caer una y otra vez, porque donde vive, no hay ni habrá zapatos para todos. Hasta que alguna vez alguien, más allá de pasar por encima o levantarle, quiera saber de verdad, y tenga el valor de mirarle.
Me agoto en el bucle infinito
que se rompe una y otra vez
antes de cerrarse,
sin espacio para insuflar el
oxígeno que necesitas.
Mido cada silencio que vertebra
el universo de sílabas que
se se unen y se amontonan
para hacerlas respirables.
Sopeso el impacto
y la superficie de la piel
que se desgarrará con algunas palabras
y coreografío cada trago de saliva.
No puedo arriesgarme a dejarte caer
si mis manos se deshacen.
A veces simplemente no soy real
aunque sea verdad siempre.
Y bailo a tu lado en el filo que separa
la respiración entrecortada y la asfixia,
para que no te rasguen los cristales
que hay desde mi garganta
al segundo exacto en el que todo estalla.
Un huracan de incredulidad
deshoja la piel de su mirada
y afloran gajos como interrogantes
que resbalan abriendo puertas.
Viajo en el tiempo en 2d
en el negativo de una imagen
que se revela color ámbar
sin desencadenante explícito.
Desde las profundidades
de un yo que no reconozco
velo en silencio un recuerdo sin plañideras.
Es verano y el cuerpo aún no está roto.
Puedo exprimirlo poniéndolo al límite
y sentir la velocidad en el pelo y en el pecho
como si las piernas se movieran solas
bum bum, bum bum, bum bum...
como cuando el tiempo se detiene volando
en un contrapicado manga.
Me siento libre.
Todo se oscurece. Fundido en negro.
Vuelvo aquí y ahora.
(Odio el mindfulness de los cojones).
Sé que no estaba volando
pero cuando aún no había dolor
casi lo parecía.
Ahora solo vuelo con diazepam.
Otras veces, muchas, repto.