Puede que la mirada de un gato
me traiga esta noche un destello inquietante
y giren mis versos sobre sí mismos
bajo los pies de un ratón,
o de un gigante que aplaste
con un golpe seco el orgullo,
si es que lo hubo,
si acaso alguna vez fui más
que una garganta implorando
los licores que exudan las palabras,
atropellando furiosas los peatones de mis recuerdos
y cubriendo con mantas térmicas
momentos caducados.
Sin la mirada de un gato, ya no existen.
Fuera de esa burbuja verde,
no cabe la curiosidad, ni el desafío,
el conocimiento inevitable
de cada cosa en su lugar,
sin pretenderlo, sin pregonarlo,
la impermeabilidad a la exigencia,
la permanencia estática y vigilante,
antes de abalanzarse sobre el pasado
para diseccionar sus esquinas.
Sin la mirada de un gato, se diluye el sentido
del presente boqueando en la orilla de mis manos,
de tus ojos, de los millones de segundos
que nos trajeron hasta aquí.
Todo mi mundo contenido en su pupila,
porque fuera de ella, yo tampoco existo,
más allá de su iris...
sólo hay ceguera.
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