Podía sopesar los inviernos
programar primaveras,
reprogramarme,
poner a salvo la sonrisa
flotando en una nube ácida.
Podía caminar sobre escombros sin zapatos
y no sangrar ni una gota,
camuflar con la lluvia mi tristeza,
llenar de actividades los espacios.
Y sosteneros a todos,
sin despeinarme.
Hasta que abrí los cajones
y me desbordaron las ratas.
No hay flautista que las calme.
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