Me fijo en las caras unos segundos,
confundiéndose agresividad
con contacto en la distancia de unos ojos,
y con-tacto, me retiro.
Acarícian el suelo sucio,
vuelan aquí y allá
o se cubren con los párpados del cansancio,
como murallas miradas.
Cansadas, perdidas, vacías,
reflexivas, tristes, huidízas...
No se tocan.
Si acaso un niño, que aún no ha aprendido
que aprenderá a estar solo en compañía.
Asisto a la lucha por los sitios más aislados,
más alejados de la posibilidad de un roce,
o de un contacto con otra mirada o con otro cuerpo.
No vaya a transferirse el hastío a través de la piel
como corrientes eléctricas,
sentenciados a encontrarnos.
Donde la individualidad toma cuerpo
y crece la misantropía,
se gesta la indiferencia.
Cabalgamos cada día en vagones y mazmorras.
Excelente poema-reflexión. Tienes una profundidad expresiva que me conmueve. Y el reloj al fondo de la página no es un detalle menor.
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