Se precipita la nueva vida, los años venideros, los
desechos insospechados...
Y yo, medio equilibrista, intento subir un poco más alto
para ver desde arriba mi pena y reírme de nuevo de mí.
Seré como el más solitario de los rapaces, acechando otra
sonrisa tuya, pero mi estúpida necesidad de abrazarte
hace aguas en tus ojos.
Con el corazón empañado, derroche de lamentaciones...¡qué
demasía!
Quizás mi locuacidad me dará vela en otro entierro, pero
ahora yace muy por debajo de lo que yo quisiera.
Marchita ya, la templanza de aquellos momentos,
insoportables ahora, como ayer, esos recuerdos.
Sigo aquí, mientras las serpientes de mis sueños ocupan
tu lugar
y luego se deslizan dejando en la cama sólo un bulto que
tiembla.
No necesito más necedad, ni más insólitos juegos.
Tal vez gritar tu nombre no vaya a servir demasiado,
porque tu ausencia es más fuerte que cada lágrima mía.
Ya nada me parece mucho, nada va a llevarme a las
estrellas,
porque me asomé a los cimientos sobre los que está hecho
el mundo
y el frío ha calado mis huesos.
Las vidas mutan, se retuercen, escoran, se alquitranan, se vuelven permeables a tanto sentir y decir.
ResponderEliminarLa supuración de esos momentos, y desde lo alto, enternecen tus cavilaciones, Dormida. Esas palabras al deseo impuesto se asemejan a un equilibrista entre versos.....